ROSA MONTERO 24/07/2007
No es mi intención amargarte las merecidas vacaciones ni estropear el delicado deleite de los baños marinos con medusas, pero debo recordarte que, aunque cuando nos vamos de veraneo nos parece que la vida se detiene, lo cierto es que en el estío a menudo suceden cosas tremendas, amparadas precisamente en la dispersión y el descuido veraniego, en la falta de atención y la galbana.
Más de una vez se han tomado medidas políticas impopulares en plena canícula para colar el aunto de tapadillo, y es probable que si Del Olmo hubiera hecho la tontería de secuestrar El Jueves en agosto, en vez de hacerlo ahora, la pifia hubiera pasado más inadvertida, porque cuanto más al centro del verano nos vamos, más pasotas nos volvemos. La maldición estival, en fin, puede llegar a ser verdaderamente grave.
La primera guerra del Golfo empezó con los iraquíes invadiendo Kuwait en agosto. Y nuestra guerra civil estalló un 18 de julio.
Pero, al margen de otras posibles malas noticias, hay una auténtica tragedia que sucede todos y cada uno de los veranos.
El estío, en España, es sinónimo de tortura y de barbarie. Hablo de las llamadas fiestas populares, es decir, de diversas hordas de energúmenos, a menudo borrachos, que, para divertirse, se dedican a martirizar hasta la muerte a seres vivos. Gansos a los que arrancan la cabeza a tirones, burros apaleados, toros supliciados en las más infinitas variedades del sadismo.
Qué extraño país éste, que presume de moderno y civilizado, que está entre los más ricos de la Tierra, que cree vivir en el siglo XXI y que luego, en cuanto llega el calor, se llena de tropillas de feroces salvajes que hacen sacrificios de sangre a ídolos bárbaros, pues en eso consiste atormentar animales hasta la muerte en honor de unos santos patronos y unas vírgenes.
Ya sé que estás de vacaciones y prefieres no pensar y no saber, pero recuerda que, desde el 23 de junio, fecha de la infamia del pobre toro de Coria (Extremadura), al que clavan dardos durante horas, hasta el primer martes de septiembre, con la canallada del toro atravesado por lanzas en Tordesillas, cientos, miles de animales son torturados festivamente en este país, en una apoteosis de crueldad estúpida y siniestra.
Os pongo su dirección de correo, por si pudierais escribir alguna nota de apoyo por su labor a favor de los animales y que no se sintiera sola en esta lucha:
La dirección que viene en su web:
Rosa Montero es una reconocida animalista, que pone voz a los que no la tienen, autora de artículos escritos en diferentes publicaciones de prestigio, fundamentalmente en el “Diario el País” , en contra del maltrato, tortura de los animales que se produce en nuestro país. También ha escrito en contra de la situación que se encuentran nuestros amados galgos.
Artículo en defensa de los galgos:
El País - Martes, 14 de febrero de 2006
Sé que hay cazadores sensibles y amantes de los animales. Lo sé porque me lo ha dicho gente fiable, y me lo creo de la misma manera en que creo en la existencia de los agujeros negros, aunque jamás los haya visto y me resulten difíciles de comprender.
Lo que mis ojos contemplan y mi corazón entiende, en cambio, es una realidad muy diferente. Yo lo que he visto son hordas de tipos disfrazados de rambos de guardarropía que transportan a sus pobres perros en indignos remolques en los que los animales no pueden ni ponerse de pie.
Estas Navidades, paseando por el Canal de Castilla, en Palencia, caímos sobre un grupo así. Eran cinco o seis tíos con sus grotescas vestimentas medio militares, sus perros a los pies y sus escopetas preparadas. Rodeaban en silencio una mata de arbustos de no más de cuatro metros de diámetro. Sin duda esperaban que saliera una pieza, un animalillo forzosamente pequeño y tal vez ya herido que se había refugiado allí dentro, aterrorizado, con el corazón retumbando en el pecho. Era evidente que el bicho estaba perdido. Deben de sentirse muy valientes estos esforzados cazadores tras acosar y abatir, media docena de ellos y con armas de fuego, a un animal indefenso y tembloroso.
Y aún hay algo peor. Mucho peor. Acaba de terminar la temporada de caza y ya empiezan a aparecer. Hablo de los galgos ahorcados, de los bosques fantasmales súbitamente llenos de perros torturados. Ya saben, los ahorcan para no gastar ni siquiera una bala con ellos. Y, para divertirse, les dejan con las dos patas traseras apoyadas en el suelo, de modo que el tormento se prolonga. A veces tardan días en morir. "Ya he puesto a bailar a mis perros", suelen decir, jocosos.
Un pobre animal, con el cuello atrozmente cortado por la cuerda con la que intentaron matarle, ha estado deambulando por el pueblo de Gerena durante varios días sin que nadie, ni los vecinos ni el Ayuntamiento, hiciera nada por aliviar su agonía. ¿Será quizás un pueblo de cazadores? De los malos cazadores, no de los buenos que me dicen que existen. Sólo en Extremadura hay 9.000 galgueros y cada uno tiene entre quince y veinte perros.
Cuánto horror, cuánto sufrimiento innecesario, qué clamoroso silencio el de las víctimas
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OTROS ARTÍCULOS DE ROSA MONTERO:
TROGLODITAS
El País - Martes, 5 de septiembre de 2006
ROSA MONTERO
Todos los años lo mismo, qué tristeza. Todos los septiembres, siempre en martes (en esta ocasión el martes que viene), una horda de energúmenos tortura a un toro lenta y brutalmente. Le persiguen campo a través armados de pavorosas lanzas; le acosan y acorralan en erizado enjambre; le pinchan, le cortan y le tajan todos a la vez, hincando el hierro por cualquier lado, allí donde le alcanzan, atravesándole de parte a parte con el palo de las picas.
Semejante horror, que esos australopitecos denominan fiesta, es el llamado Toro de la Vega, en Tordesillas, una barbaridad que se ha hecho tristemente conocida en todo el mundo, tirando la reputación de la hermosa e histórica villa por los suelos. La edil de festejos del Ayuntamiento de Tordesillas ha dicho en una entrevista que al toro se le trata "con mucho mimo", una afirmación tan delirante que parece un sarcasmo. Pero no. Ella lo dice en serio.
Además de crueles, son unos marmolillos.El atroz alanceamiento del martes próximo no es, por desgracia, un hecho aislado, sino el buque insignia del sadismo nacional, de esa parte de España que sólo sabe divertirse martirizando seres vivos.
Una España primitiva, violenta y obsoleta que, afortunadamente, mengua cada día (entre otras cosas gracias al coraje y el esfuerzo de grupos animalistas como PACMA), pero que todavía sigue matando a miles de criaturas cada verano. Los españoles carniceros se sienten orgullosos de ser verdugos y sacan pecho hablando de mantener la tradición.
Qué aburrimiento tener que volver a escuchar un tópico tan necio; y tener que recordarles, una vez más, que también fueron tradicionales las bonitas luchas de cristianos contra leones en el circo romano.
Esta arcaica brutalidad está sin duda condenada a la extinción: la pena es que su fin se prolongue tanto, ensuciándonos a todos con su infame crueldad. Como es obvio, las sociedades están en una perpetua evolución y nuestras costumbres cambian todo el rato. Si no hubiéramos abandonado felizmente miles de tradiciones, seguiríamos habitando en las cavernas.
Y justamente ahí, en la más oscura y mohosa cueva mental, es donde deben de estar viviendo todavía estos trogloditas de Tordesillas.
VENENO
El País - Martes, 9 de mayo de 2006
ROSA MONTERO
Regreso de un largo viaje y me encuentro con los ecos de la polvareda levantada por el Proyecto Gran Simio. Es evidente que las personas malvadas son dañinas, y de todos es sabido que los necios pueden ser tan perjudiciales como los malos. Pero cuando, como en este caso, se unen la necedad y la miseria moral, el resultado es el griterío mostrenco que se ha organizado.
En primer lugar, lo del Proyecto Gran Simio no es nada que se hayan inventado Zapatero y los suyos. Es una organización internacional ya veterana, apoyada por grandes científicos como Jane Goodall. El trabajo de Proyecto Gran Simio forma parte de un movimiento mundial: es evidente que el desarrollo de la civilidad implica un progresivo reconocimiento de los derechos de los animales.
Por añadidura, los primates son un caso especial; compartimos con ellos el 99% de los genes y los científicos han demostrado que son capaces de conversar por medio del lenguaje de signos, que hacen operaciones matemáticas sencillas, que tienen conciencia del yo e inteligencia. Alemania ha sido el primer país que ha incluido los derechos de los animales en su Constitución, y sin duda el camino de la historia y de la modernidad pasa por ahí.
Lo único que ha hecho el PSOE en este tema, y ya es mucho, es tener la sensibilidad de asumir todo esto. Por otra parte, la proposición no de ley que será debatida a finales de mayo no habla en ningún caso de derechos humanos. Lo único que pide es que el Gobierno se adhiera al Proyecto Gran Simio para proteger a estos animales del maltrato, la esclavitud, la tortura, la muerte y la extinción.
Que una horda de manipuladores profesionales se haya puesto a hacer gracietas hablando de derechos humanos indica maldad, porque mienten; la petulancia con la que desdeñan el sufrimiento de los otros animales denota su sandez y su incultura. ¿Quieren censurar a Zapatero porque consideran, por ejemplo, que está descuidando a las víctimas del terrorismo? Pues critíquenlo por ello (a mí tampoco me gusta cómo está manejando el Gobierno ese asunto).
Pero, ¿qué tiene eso que ver con la lícita ambición de proteger a los simios del maltrato? El sectarismo político es un veneno que acabará matándonos.
Arte
El País - Martes, 17 de enero de 2006
ROSA MONTERO
En una reciente exposición del Museo Reina Sofía de Madrid, titulada El arte sucede, se exhibía un vídeo de 53 minutos de Jordi Benito, realizado en los años ochenta, que mostraba la muerte a martillazos de una vaca; entre otras escenas lamentables, también se veía cómo clavaban puñales en el cuello al animal, mientras seguía vivo, para llenar copas de sangre.
Un tópico cartelito advertía de que las imágenes podían herir la sensibilidad y blablablá, pero esta sangrienta zafiedad podía ser contemplada por cualquier visitante del museo, incluyendo los niños. La exposición, por cierto, me pareció de una mediocridad apabullante y más apropiada para un colegio mayor que para un museo. Esto lo digo por añadidura, porque desde el punto de vista ético el vídeo sería igualmente repugnante dentro de una exposición de alto nivel. Pero ni eso.
Hace una semana, la ONG Amnistía Animal presentó una denuncia contra el vídeo, e inmediatamente el Consejo de Críticos de Artes Audiovisuales difundió un comunicado en apoyo de "la libertad creativa del artista Jordi Benito".
Cuánto me conmueve la honda preocupación del Consejo de Críticos por la cosa artística. Eso sí, no entiendo su concepto de libertad creativa.
Creo que hay entre nosotros un problema semántico, lo cual por otra parte no me extraña, porque no hay más que leer las críticas de arte para ver que suelen estar escritas en un parloteo incomprensible, en una jerga rimbombante que más que un instrumento de comunicación parece una herramienta de poder.Me temo que es desde esa parcela de poder desde donde han sacado el comunicado.
Porque la libertad nunca es absoluta. Si admitimos que grabar el sufrimiento y la muerte de un animal puede ser considerado arte, ¿por qué no va a serlo también una película snuff, por ejemplo? Me refiero a esas filmaciones pornográficas en donde se tortura y se mata de verdad a la víctima. ¿No resultarían tremendamente elocuentes y revulsivas? ¿No podrían incluso justificarse como una representación icónica de la violencia arquetípica (o cualquier jerigonza por el estilo)?
De los críticos de arte esperaría yo, precisamente, un esfuerzo por analizar los límites éticos de la creación, no este apoyo a la brutalidad tan corporativo.
Tradiciones
El País - Martes, 13 de septiembre de 2005
ROSA MONTERO
Aquí estamos, una vez más, en el día de la náusea y la barbarie. Como todos los segundos martes de septiembre, hoy vuelven a torturar lentamente a un toro hasta la muerte, atravesándole salvajemente con lanzas de tres metros de longitud, pinchándole y tajándole por todas partes en esa orgía de sadismo demencial que algunos energúmenos insisten en llamar fiesta tradicional.
Estoy hablando del Toro Alanceado de Tordesillas, una brutalidad que vuelve a colocar a esa hermosa e histórica villa en el punto de mira del desprecio internacional y de la vergüenza. ¿Por qué permitir que un puñado de zopencos sin escrúpulos (porque estoy segura de que la mayoría de los habitantes de la zona no disfrutan de esta salvajada) vuelvan a ensuciar el prestigio y el nombre de la ciudad, haciéndola sinónimo de la violencia más perversa, de la delectación en el dolor de los verdugos?
El toro de 2000, por ejemplo, fue traspasado de un costado a otro por una lanza, y así, ensartado como una aceituna, aguantó aún de pie 35 minutos mientras le seguían hurgando, taladrando y mutilando con cien hierros más.
¿De verdad es este el espectáculo que quieren ofrecer como muestra de la cultura y el carácter de Tordesillas?
¿De verdad son estos los valores que quieren inculcar a sus hijos? ¿La ausencia total de compasión, el desprecio al sufrimiento, el regocijo ante la tortura de un ser vivo?
La única justificación que ofrecen de esta atrocidad injustificable es que es "tradicional", es decir, antigua. Y tanto. Es enormemente antigua y primitiva, perteneciente a un mundo feroz que, por fortuna, nuestra sociedad ha ido superando poco a poco.
Esos verdugos que se solazan agujereando las tripas del toro no aceptarían sin embargo otras tradiciones, como, por ejemplo, que el noble feudal desvirgara a sus hijas por el antiguo derecho de pernada, o que ellos mismos pudieran ser colocados en el potro y descoyuntados, sin juicio previo, por cualquier menudo enfrentamiento con el poder (hasta el siglo XVIII, la tortura era algo totalmente aceptado).
En fin, todas esas tradiciones tan estupendas y tan medievales de las que la salvajada del Toro de Tordesillas no es más que un repugnante y obsoleto residuo.
Más sangre
El País - Martes, 14 de septiembre de 2004
ROSA MONTERO
Intenten visualizar una lanza con una ancha hoja alveolada de 33 centímetros de longitud. Es un arma terrible cuya visión produce espanto. Ahora imaginen a una horda de energúmenos enarbolando esa cuchilla atroz y acosando a un toro al cual hieren, pinchan, tajan y alancean atropelladamente, allí por donde atinan a hincarle el hierro. Ha habido lanzas que han atravesado el cuerpo del animal, que aún ha seguido corriendo despavoridamente durante media hora más, con el asta deshaciendo sus entrañas. Porque son criaturas fuertes y, para su desgracia, aguantan el inaguantable sufrimiento durante mucho tiempo. Al final, el 'vencedor' le corta el rabo, a veces con el toro todavía vivo, y cuelga el triste despojo de su lanza, ufano de ser verdugo y matarife.
Todo este sadismo, que parece salido de una película de psicópatas, es una pálida descripción de un hecho real: del Toro de la Vega, en Tordesillas.
Los partidarios de esta monstruosidad sostienen que es una fiesta, y llevan a sus niños a verla y aplaudirla, y celebran la lenta sesión de tortura cada año.
Hoy es ese día infamante; mientras están leyendo este artículo tal vez el pobre bicho esté siendo martirizado por una docena de lanzas.
En mayo de 2003, el Procurador del Común (el Defensor del Pueblo) de Castilla y León sacó dos resoluciones calificando muy duramente "la crueldad del espectáculo". Poco después de la matanza del año pasado, y ante el escándalo y el asco general que esta atrocidad siempre produce, el Ayuntamiento de Tordesillas y la Junta de Castilla aceptaron las resoluciones del Procurador para "humanizar" el espectáculo, y el Ayuntamiento se comprometió a reformar las bases del torneo. Pero las bases no han sido reformadas y los hierros están desgarrando una vez más las carnes del toro.
Pobre Tordesillas, una ciudad tan bella y con tan larga historia, de la que hoy sólo se habla por las salvajadas que cometen unos cuantos cientos de salvajes. Y pobres todos nosotros, que en este mundo agónico y feroz, tan anegado de sangre, seguimos permitiendo esta orgía de sufrimiento y crueldad, esta enfermiza celebración festiva que añade un dolor innecesario al dolor insoportable de la vida.
Animales
El País - Miércoles, 19 de noviembre de 2003
ROSA MONTERO
El científico alemán Rienhard Wolf acaba de demostrar, con un complicado experimento, que las moscas tienen capacidad de iniciativa y decisión (que ya es más de lo que puedo decir de unos cuantos seres humanos que conozco).
En los últimos años, un aluvión de descubrimientos está fosfatinando para siempre la vieja creencia en una frontera insalvable entre los humanos y el resto de los animales. Digiera usted cuanto antes la noticia: no somos los reyes de la creación. No somos los únicos con inteligencia, sentimientos, emociones, memoria, cultura o conciencia de la muerte y del yo.
Los elefantes cumplen una especie de ritos funerarios con sus difuntos y manifiestan un largo y compungido duelo: o sea, saben lo que es morir. Los cerdos necesitan cariño y se deprimen si se les deja solos. Y se ha comprobado que los orangutanes adquieren conocimientos que luego transmiten a sus hijos; dependiendo del lugar en donde viven, les enseñan juegos, herramientas y sonidos distintos (que es como decir que tienen distintos idiomas y culturas). Lo cual acaba con el prejuicio de que los animales carecen de inteligencia activa y que todos sus actos son instintivos, ciegos impulsos genéticos.
Hay madres chimpancés que se esfuerzan por juntar a sus hijos con los hijos de los chimpancés dominantes en la manada, para promocionarlos socialmente. Y, tal como explicaba Jeremy Rifkin hace poco en El País, la genial gorila Koko, que aprendió el lenguaje de signos y que entiende y usa varios miles de palabras, puntúa entre 70 y 90 en nuestros exámenes de inteligencia, lo que quiere decir que si fuera una persona se la consideraría de aprendizaje lento, pero no retrasada. O sea, Koko posee una inteligencia que podríamos llamar humana.
El interés económico y el egocentrismo de la especie nos hacen maltratar bárbaramente a los demás animales. ¿Podremos seguir comportándonos así por mucho tiempo, sabiendo lo que ahora sabemos? ¿Vamos a seguir ignorando lo obvio, como los esclavistas ignoraron a sus esclavos? Nuestros descendientes nos contemplarán con incredulidad y con desprecio.
Animales
El País - Martes, 30 de abril de 2002
ROSA MONTERO
Estamos tan abrumados por el bárbaro despliegue de violencia contra los palestinos que ponerse a hablar ahora de los derechos de los animales le puede parecer a alguno fuera de lugar.
Craso error: yo creo que todo forma parte de la misma cosa, del desarrollo de la conciencia humanista, del fortalecimiento de un sistema de valores que impida el abuso, de la defensa del débil frente al asesino.
Hace unos días, el Partido Popular rechazó las propuestas de ley presentadas por PSOE, CiU, ERC e IU para que el maltrato a los animales fuera considerado delito. Serrar lentamente las patas de 15 perros seguirá siendo falta leve, más leve, de hecho, que las faltas de tráfico.
Todos los países de la UE tienen penas mucho mayores para quienes cometen estas barbaridades, que no sólo atentan contra los animales, sino contra la civilidad común y contra nuestra dignidad como personas: la defensa de los derechos del animal es un continuo de la defensa de los derechos humanos.
Pero los españoles, por desgracia, somos feroces. Aquí la tortura no es un hecho aislado; los galgueros ahorcan sistemáticamente a sus pobres perros (mientras los señoritos de las federaciones de caza miran para otro lado), y la mitad de las llamadas fiestas populares son gamberradas sádicas.Dice el pepero De Luis que no quieren parchear el Código Penal, y que una comisión está estudiando el asunto (desde noviembre). Aparte de que en otros casos sí que han parcheado sin problemas (como en el endurecimiento de las penas a la kale borroka), ¿cuánto tiempo más va a tardar la comisión? ¿Veinte años y un día?
Los 650.000 firmantes de la petición para el endurecimiento de la ley sospechamos que el PP no se muere de ganas de cambiar las cosas.
A lo peor hay demasiados intereses: de los dueños de los cotos, de los laboratorios farmacéuticos que abusan de una experimentación animal sin regular, de los alcaldazos que disfrutan arrancando cuellos de patos en las fiestas... Del viejo dinero, en fin, la vieja tradición y la vieja burricie, con la que el PP tiene entrañables relaciones naturales y de familia.
Pero que no se crean que lo vamos a olvidar: ya nos encontraremos (650.000 votantes) en las elecciones.
Caciques
El País - Martes, 5 de febrero de 2002
ROSA MONTERO
El 12 de febrero, a las doce de la mañana, hay convocada una concentración frente al Congreso para presentar las 500.000 firmas que se han reunido, en un tiempo récord, pidiendo que torturar animales sea un delito.
La solicitud, que no afecta a la fiesta de los toros, se originó tras aquel horrendo incidente en Tarragona, cuando unos energúmenos aún sin identificar serraron las patas de quince perros. Un episodio de espeluznante sadismo que, por desgracia, no es un hecho aislado en este país.
Por ejemplo, ahora empieza en toda España la temporada del ahorcamiento de galgos. Les cuelgan del cuello pero con las patas traseras apoyadas en el suelo: así agonizan con atroz lentitud durante dos o tres días. 'Ya he dejado al perro escribiendo a máquina', se ufanan los galgueros, haciendo un chiste del desesperado pataleo de la pobre bestia. Una broma habitual que indica la absoluta miseria moral de esa gentuza.
Para acabar con estos horrores hace falta cambiar la ley, pero resulta que hemos topado con la parte más reaccionaria del PP. Y eso es decir mucho. Teófilo de Luis, el diputado al que hay que entregar las 500.000 firmas, es un oportunista que, en el momento en que saltó el escándalo de Tarragona, prometió que su grupo propondría revisar el Código Penal. En realidad, el PP sólo ha elevado una ridícula e inoperante propuesta no de ley ante la comisión técnica. Todos los demás partidos han presentado proposiciones de ley para que torturar animales sea un delito, pero previsiblemente el PP votará en contra y dejará las cosas como están tras fingir que el asunto les preocupa.
Es la derecha casposa, la derechona cerril de las fuerzas vivas y de las grandes cacerías con sabor a Los santos inocentes. Una ONG propuso a De Luis que se limitara el número de perros que pueden criar los galgueros para que, por lo menos, las matanzas disminuyan, y el diputado enseguida se encocoró: pero cómo se iba a coartar la libertad de los galgueros... Se ve que el hombre no se ha percatado todavía de que la democracia es una pura regulación en todos los ámbitos. Pero, claro, es que Teófilo es un político bastante vetusto.
Un tipo poco fiable que promete cosas que no tiene intenciones de cumplir. Palabras de trapo, corazón de cacique.
Perros
El País
ROSA MONTERO
Más entre las personas los mostruos que entre los perros los ejemplares asesinos; hay más probabilidades de toparnos con un violador que con un can mortífero.
Estoy harta del aluvión de noticias truculentas que estamos sufriendo últimamente. Estoy desesperada al ver que el tema se ha convertido en un tópico periodístico, en una noticia morbosa con la que despertar miedos irracionales y casi mágicos en las personas: "¿Pero qué les está pasando a los perros? ¿Hay una conjura, una maldición, es una señal apocalíptica, se están rebelando?" No, no se están rebelando: siempre hubo algún accidente de este tipo, desde que el mundo es mundo. Lo que pasa es que antes la noticia no llegaba a los periódicos, y si lo hacía, no era tratada con el vicioso mimo y la relevancia que ahora le aplicamos.
Un perro puede atacar; puede defenderse violentamente si es hostigado, y puede equivocarse a la hora de dirigir su rabia y su venganza. Por otra parte, un perro puede volverse loco, como se vuelven locas las personas. Pero si tomamos en cuenta la masa de población canina, los incidentes son mínimos.
Como es obvio, hay un porcentaje mucho mayor de humanos criminales. Y me estoy refiriendo tan sólo a los delincuentes declarados, a los que matan, a los que violan, a los terroristas.
Abundan mucho más entre las personas los monstruos de ese tipo que entre los perros los ejemplares asesinos; o sea, hay más probabilidades de toparnos con un violador que con un can mortífero. Y estoy poniendo tan sólo ejemplos muy extremos; porque si hablamos de la brutalidad común, de la maldad feroz de andar por casa, entonces las personas sobrepasamos a la población canina de manera infinita.
Hombres que pegan a sus mujeres, mujeres que maltratan a sus hijos, hombres y mujeres que abandonan a sus viejos. Por no mencionar la terrible, aceptada violencia contra los animales: las alegres fiestas patrias en las que se defenestran cabras, se apalean burros, se acuchillan terneros, se arrancan cabezas de patos a tirones.
¿Y por qué no hablar de los perros? Abandonados, golpeados, muertos de hambre, utilizados para peleas y para experimentos muchas veces inútiles. No, no se han rebelado, aunque hubieran debido hacerlo. Pero los pobres chuchos son demasiado leales, demasiado dóciles. Por otra parte, es posible que en los últimos tiempos haya aumentado el número absoluto de accidentes violentos protagonizados por perros.
Primero porque ahora hay muchos más ejemplares domésticos: se han puesto de moda como mascota. Pero sobre todo porque esa moda no ha traído una mayor conciencia social sobre los derechos de los animales. Muchos compran un cachorro a sus malditos niños como si se tratara de un juguete, y luego lo arrojan a la calle pocos meses más tarde, sorprendidos de ver que el bicho crece y come y mea y les lame y demanda cariño, en vez de comportarse decentemente como un perro de trapo. Esos cachorros despojados, olvidados, maltratados y traicionados pueden, sin duda, desequilibrarse, y tal vez llegar a morder cuando no deben; pero más desequilibrados aún están todos esos perros que fueron comprados no ya como un juguete, sino como un arma.
Me refiero a la creciente paranoia urbana, y a los flamantes propietarios de los no menos flamantes chalés adosados. Muchos de ellos desprecian o temen a los animales y no tienen ningún interés en intimar con ellos; pero se compran un perro para que les defienda las propiedades, y lo mandan educar para el ataque (un adiestramiento a menudo feroz que les desquicia), y lo mantienen todo el día en el exterior del maldito chalé atado por el gaznate a una cuerda muy corta, sin mirarle, sin pasearle, sin acariciarle, sin hablarle. Como quien entierra una mina explosiva en el jardín: y el animal se puede convertir así, en efecto, en una máquina de matar.
El perro es un ser social y para poder vivir necesita estar con su manada: esto es con otros ejemplares de su especie, o si no con esos perros sustitutos que somos los amos. El animal que es mantenido atado a una caseta, separado de todos, aislado de cariño y de contacto, está siendo sometido a un suplicio psicológico para él insufrible.
¿Que hay perros que atacan y que matan? No me extraña: les estamos torturando y volviendo locos. España es un país especialmente brutal en el trato con los animales.
Al escribir esto, en el barrio del Pilar de Madrid hay instalado un tiovivo con caballitos enanos de verdad. Están atados en parejas a unas barras, con las cabezas fuertemente sujetas a los hierros para que no puedan volverse y asustar a los niños que les cabalgan. Así, con el cuerpo totalmente inmovilizado, rodeados de luces cegadoras y de un estruendo horrendo, con calor y sin agua, los caballitos dan vueltas y vueltas durante todo el día. Y una multitud de padres felices montan a sus hijitos en los lomos, sin darse cuenta de que les están enseñando a divertirse siendo crueles.
En una sociedad como la nuestra, tan salvaje e inconsciente con los animales, sólo nos faltaba una campaña periodística como la de los perros asesinos. Porque esas noticias infunden miedo a los ignorantes, y el miedo siempre genera violencia defensiva. O sea, aún más violencia contra los perros. Seguimos perpetuando la barbarie.
Las bestias
El País - Martes, 13 de noviembre de 2001
ROSA MONTERO
Mientras escribo esto, todavía no han atrapado a los energúmenos que serraron las patas de 15 perros en Tarragona. Pero lo peor, lo verdaderamente desolador, es que, aunque se les detenga, sólo se les puede castigar a una multa de entre 10.000 y dos millones y medio de pesetas.
Y es que en este país, el más bestial de Europa para las pobres bestias, mutilar lenta y sádicamente a 15 seres vivos ni siquiera es considerado un delito. No es más que una falta. Una chorradilla legal, una bagatela.Que vivimos en un mundo aterrador y lleno de dolor y de desigualdades es algo por desgracia demasiado evidente.
Pero también es cierto que, desde el principio de los tiempos, la parte mejor de los seres humanos ha intentado superar el abuso y construir una sociedad más feliz. La democracia es eso, un acuerdo de mínimos que aspira a convertirse en un sueño de máximos, y el marco legal es la herramienta básica para conseguir esas mejoras.
Por eso descorazona tanto que la justicia sea injusta. Peor aún que la enloquecida maldad de los que manejaron la sierra en Tarragona es la absoluta falta de amparo en la que se encuentran los animales en nuestro país. Además, si unos tipos tan violentos y crueles como ésos no son castigados, ¿cómo nos protegeremos los humanos de las demás barbaridades que, evidentemente, pueden hacer?
En el siglo XVIII la Revolución Francesa exigió derechos para todos. Pero en esa estupenda reivindicación universal se olvidaron, curiosamente, de las mujeres; tuvieron que transcurrir dos siglos para que Occidente comprendiera que tal discriminación imposibilitaba la construcción de una sociedad digna.
Ahora, en el siglo XXI, nos encontramos en una frontera semejante: tenemos que entender que el camino de la civilización pasa obligatoriamente por el respeto a los animales. España es un anacronismo, la vergüenza de Europa en este campo; estamos moralmente obligados a crear una auténtica ley de protección animal. Serrar las patas de unos perros es un delito y tiene que estar reconocido como tal.
Montemos una campaña, recojamos firmas: con tanto sufrimiento inevitable como hay en el mundo, ¿no deberíamos intentar paliar aquel que sí depende de nosotros?.
Oscuridad
El País - Martes, 6 de noviembre de 2001
ROSA MONTERO
El sábado pasado, quince perrillos acogidos en un albergue de animales de Tarragona se convirtieron en el juguete del sadismo de unos monstruos. Eran quince chuchos venidos de la calle, es decir, criaturas que ya arrastraban tras de sí un sino negro de abandonos, hambre y desafecto.
Esa noche, unos desconocidos entraron en el albergue, ataron a los animales uno por uno y les serraron las patas delanteras: debieron de tardar al menos dos horas en la orgía. Algunos de los perros todavía estaban agónicamente vivos cuando les descubrieron al día siguiente: movieron las colas coaguladas de sangre para saludar a sus cuidadores.
El mismo día que leo esta sobrecogedora noticia leo también la historia de Karimulá, un afgano de 26 años al que los talibanes amputaron una mano y un pie en un castigo ritual. Estos castigos se celebran en los estadios ante una muchedumbre compuesta de integristas pero también de niños, porque los talibanes obligan a los niños varones a asistir a las ejecuciones para que aprendan: les han cerrado las escuelas, pero han abierto multitud de patíbulos.
Para mí, esta contigüidad mutilatoria es algo más que una mera coincidencia: dentro de ambas barbaries anida la misma oscuridad. También el 11 de septiembre, por ejemplo, mientras la locura integrista reventaba a miles de personas en Estados Unidos, en España, a la misma hora, una horda de brutos acuchillaba lenta y salvajemente a un toro en Tordesillas hasta matarlo. Son dos sucesos cuantitativamente incomparables (uno es diminuto, el otro enorme), pero están unidos por el mismo nexo horripilante, por el negro corazón de los humanos, por esa lacra abismal de la conciencia que consiste en la incapacidad de ponerse en el lugar del otro.
Los últimos descubrimientos genéticos están confirmando lo que ya se sabía: que el ser humano no es un ente radicalmente superior y distinto, sino que hay una continuidad orgánica que nos une de modo fraternal con los demás animales. Es necesario perseguir a los canallas de Tarragona con todo el peso de la ley, porque su salvajada es también terrorismo: un tarado que hace algo tan horrendo puede hacer cualquier cosa.
Si no respetamos a los animales, no podremos respetarnos a nosotros mismos.
Pequeñeces
El País - Martes, 20 de junio de 2000
ROSA MONTERO
Hace unos días dijeron en Radio Nacional de España, en el programa de Carlos Herrera, que en las fiestas del Rocío de este año habían muerto varios caballos. Al parecer, obligaron a los animales a arrastrar carros cargados hasta con veinte personas, de modo que las pobres bestias reventaron por el esfuerzo tras sufrir unas agonías espantosas.
Me imagino a esos centenares de energúmenos vestidos de pomposos volantes y trajes cortos, con todo el medallerío hincado en la pechera y luciendo sonrisa imbécil para la prensa rosa, mientras el caballito que les arrastra penosamente recibe latigazos, sangra por los hocicos y se desploma, y, la verdad, me parece una noticia interesante, un símbolo elocuente de la mentecatez y la crueldad más descerebrada. Pero ya ven, tan sólo lo mencionaron en una radio.
7.000
El País - 16 de junio de 1998
ROSA MONTERO
Que me los presenten. Que me presenten a esos 7.000 madrileños que abandonaron a sus perros para irse con toda tranquilidad de vacaciones.
Que me presenten a esos 7.000 energúmenos capaces de dejar atrás, con impavidez espeluznante y una pachorra inmensa, los hocicos temblorosos y las miradas dolientes de sus animales.
¿Cómo lo harán? ¿Apearán al perro en mitad de un campo solitario y huirán después a todo rugir de coche, con el pobre bicho galopando espantado detrás del guardabarros hasta que su aliento ya no dé para más? ¿O quizá lo llevarán a algún barrio lejano y escaparán aprovechando algún descuido, un amistoso encuentro con otros perros o un goloso olfatear de algún alcorque?
No les importa que luego el animal, al descubrirse solo, repase una vez y otra, con zozobra creciente y morro en tierra, la borrosa huella de sus dueños, intentando encontrar inútilmente el rastro hacia el único mundo que conoce.
Son 7.000 sólo en Madrid: el censo estatal de malas bestias puede aumentar bastante. Que me presenten a esos tipos que tuvieron el cuajo de tumbarse con la barriga al sol en una playa, plácidos y satisfechos tras haber condenado a sus perros, en el mejor de los casos, al exterminio en la perrera, y, más probablemente, a una atroz y lenta agonía en cualquier cuneta, con el cuerpo roto tras un atropello. O a servir de cobaya en un laboratorio, o a morir en las peleas de perros, espeluznantes carnicerías que, aunque ilegales, parecen estar en pleno auge como juego de apuestas.
Que me presenten a esos seres de conciencia de piedra. Quiero saber quiénes son, porque me asustan: si han cometido un acto tan miserable e inhumano, ¿cómo no esperar de ellos todo tipo de traiciones y barbaries? Probablemente pululan por la vida disfrazados de gente corriente: es una pena que las canalladas no dejen impresa una marca indeleble.